Que ahorita todo son temas sobre las elecciones presidenciales 2012, lo sé, que el tema de moda por excelencia son los candidatos y sus andanzas, eso también lo sé, pero en estas últimas semanas, y en lo que respecta a mi blog, pareciera ser que se está convirtiendo en uno dedicado a la política, y eso no debería ser. De modo que, para cambiar un poco las cosas, y hacerlo más interesante, hablaremos de las mentiras.
Y es que pareciera que el mexicano tiende a mentir por naturaleza, ya sea Peña Nieto diciendo que si cumple sus compromisos, el rector de mi universidad comparando el nivel académico con el de la UNAM, o incluso la señora de la tiendita de la esquina mi calle que dice que los Chocorroles cuestan diez pesos, cuando en realidad cuestan ocho.
Todos mentimos (no me eximio de ser mexicano) y quizás Octavio Paz tenía razón en su Laberinto de la Soledad al decir que el mexicano miente para olvidar su mediocridad. Personalmente pienso que realizar esta acción no debería ser una virtud, pero hay personas que realmente son todos unos maestros de las mentiras, sus mentes son unas hipérboles que trabajan sin cesar entretejiendo mentiras tras mentiras, que al final, incluso ellos mismos logran engañarse.
Por ello, hoy además de las mentiras, hablaré de la tía de un querido amigo, que tuvo bien a contármela, pues la historia de su tía mitómana es una que merece ser contada.
Tengo un amigo, que a su vez tiene una tía bien linda, a la que él quiere mucho y ella quiere mucho, pero tiene un problema: Es retementirosa. No miente en cosas importantes, como en el hecho de que quiere mucho a mi amigo (espero), sino en cosas muy sonsas que la meten en muchísimos problemas. Por ejemplo, cuando están de visita en su casa y llega un pariente o vecino incómodo, pide que la nieguen y digan que se fue a la luna y que le están cuidando la casa, y ella corre a esconderse en la lavadora. El problema es que los parientes o vecinos incómodos siempre deciden hacer honor a su reputación y se quedan un ratote platicando tonterías y chupándose el whiskey bueno, mientras la tía está atrapada dando vueltas en la lavadora. Cuando finalmente se van los parientes a las cuatro de la mañana, la rescatan del tercer ciclo de centrifugado y le dicen "Tía, tienes que cambiar y enmendar tu camino"
Pero al parecer, nunca los escucha. Y así es como llegamos a su historia más nueva cuando le marcó a su hermana (la madre de mi amigo) diciéndole "Tenemos una emergencia familiar: necesitamos conseguir queso de Zacatecas".
Resulta que a su tía le gustaron tanto las vacaciones de semana santa, que se tomó un día de más y se quedó viendo películas de amor. Cuando llegó a la oficina, un día después, su jefe le preguntó:
-¿Pos dónde andabas?
-Ah, eh, es que me fui a... Zacatecas y la central de camiones se...incendió. Por eso no salían camiones y tuve que pedirle aventón a... un carrito alegórico de la Coca Cola. Y no llamé porque mi celular... se lo llevó una ola.
-¡No me digas, qué padre que te fuiste a Zacatecas! Mi tía Zoraida vive allá, te hubiera dado su número.
-Sí, me gusta mucho Zacatecas. Hasta traje un quesote zacatecano, que es muy rico y es...rojo. Te voy a dar un cachote.
-Nooombre, ¿en serio? Justamente mi tía cocina muy bien y le pasó a mi mujer una recetita para enchiladas a la zacatecana que te mueres. No se diga más, le voy a decir que las prepare con tu quesito y nos las comemos en mi casa. ¡Ya estamos!
-¡Hombre, qué rico, encantada! Sí, nombre, con lo rico que es mi queso zacatecano marca... Bojórquez, te lo traigo pronto, etc.
-¡Hombre, qué rico, encantada! Sí, nombre, con lo rico que es mi queso zacatecano marca... Bojórquez, te lo traigo pronto, etc.
Así, mientras más decía la señora, más se hundía. De ese modo llegaron al día del problema familiar, en donde a mi amigo le tocó buscar por toda la ciudad un lugar donde ofertaran quesos de todo el país, pues han de saber queridos lectores, que mi ciudad no es muy grande y no contamos con la diversidad queseril que seguramente podrían encontrar en ciudades principales, como, digamos, Distrito Federal (o ya de perdida Guadalajara...)
Finalmente sin éxito alguno, la madre de mi amigo se decidió por usar un queso jalisciense, que llevaba tanto tiempo en el fondo del refrigerador que a lo mejor ya sabía a queso zacatecano. Nomás le quitaron la envoltura y mi amigo ya hasta se estaba animando a hacerle una etiqueta espuria de quesos Bojórquez.
Hace tiempo que mi amigo me contó dicha historia, desde entonces, no le he preguntado cómo fue que quedaron las enchiladas a la zacatecana con queso tapatío, pero ojalá que el jefe no se haya dado cuenta y el honor de su familia se preserve intacto.
Como mi amigo (y ahora yo, por extensión) sabe que su tía no va a cambiar, le aconsejé que le dijera a la hermana de su madre que en el futuro diga que se fue a Oaxaca y trajo mucho queso, porque de ése si hay hasta en los Oxxos.
Que buen rato me hiciste pasar con este pequeño relato. Me recordó “al amigo de un amigo y que además trabaja muy cerca de mí”.
ResponderEliminarBien llevado el relato, con gracia y ritmo, solo a la hora del cierre hay un corte brusco.