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lunes, 12 de marzo de 2012

El amor en tiempos de tecnología

Han de saber queridos lectores (y si no lo saben, ahorita se los cuento) que hace casi un año, tuve la grandiosa suerte de poder cursar un semestre de mi carrera en la máxima casa de estudios del país, es decir, la UNAM. Junto con mi compañero y amigo Julio (al cual pueden visitar en su blog aquí, pasen y vean, ¡sin compromiso!) nos embarcamos en una aventura a las enormes y misteriosas tierras del Distrito Federal, donde más que estudiar (je) nos vimos convertidos en unos analistas del quehacer del mexicano capitalino (aunque quizá haya sido más por el hecho de ser dos tipos de provincia, he de admitir)

    
     En ese tiempo, además de aprender a vivir (forzosamente y a duras penas) por mi mismo, me di cuenta que lo peor de ser un estudiante que vive solo (en una ciudad muy grande) es que pasas muchas horas recorriendo largas distancias en metro, camiones urbanos y demás transportes públicos (Con solo decirles que mi casa a Ciudad Universitaria, estaba a más de  una hora y media). Y es en estos trayectos donde matas tus horas con elevada cantidad de música, libros de bolsillo, breves instantes de sueño y para los más observadores, una buena dosis de realidad.

     Del por qué esta larga y por demás tediosa introducción, les revelo en este momento. No desesperen.


     Les explicaré la historia de Dante y Amelie (por ponerles nombres). El reloj marca las 15:30 cuando Dante y Amelie suben al metrobus, van tomados de la mano. Se sientan juntos, muy juntos, en asientos contiguos, y por un brevísimo tiempo se miran con complicidad. Acto seguido Dante saca su iPhone, lo mismo hace Amelie, y las miradas de complicidad desaparecen, es más, desaparecen todo tipo de miradas puesto que en los 37 minutos siguientes la pareja no despegará la vista de sus 3.5 pulgadas de tecnología táctil. Personalmente aun tengo archivada en mi memoria la visión de aquel gigante marca Motorola que mi padre tuvo en su posesión, de "tamaño familiar", extra grande, ultra resistente y de paso repelente anti-usos, pues a ver quién era el valiente que se atrevía a meterse el cacharro ese en el bolsillo.
    
   Si señores, por mucho que parezca una eternidad corría el año 1990 cuando la industria telefónica nos sorprendía con tales innovaciones y hoy, tan sólo 22 años después, me gustaría saber cuántos Dantes y Amelies hay en el mundo, y más en nuestro bello país. Cambió el milenio y con ello no sólo cambiaron las modas, la mentalidad y los aparatos, sino también las costumbres. Parece que ahora ya no se pide el número cuando pretendes ligar en un antro, es más factible el Facebook; tampoco se tienen verdaderas primeras citas puesto que previamente ya hemos tomado mil cafés virtuales con chats; las llamadas de teléfono no se ignoran, antes ya nos pusimos como "no disponible".

     Las tecnologías nos absorben, acaparan nuestra atención en un mundo globalizado y cada vez más conectado a tiempo real. Aparecen conceptos nuevos como Twitter o novio-virtual, e incluso hay quien se atreve con las ciber-relaciones, que supongo no han de ser tan malas, al menos no tienen que pelearse por quién paga al salir a cenar. ¿Dónde quedaron esos rubores que veía la persona en lugar de una pantalla? La primera preocupación de las chicas ya no es "¿qué me pongo’" sino "a ver cuánto tarda en abrirme la ventanilla de la computadora"
     Viendo a Dante y Amelie mi mente me decía, si una pareja prefiere checar su perfil antes de conversar cara a cara, ¿realmente las tecnologías nos acercan o bien están alejándonos? No pude evitar preguntarme, ¿cuándo sería que decidimos cambiar las miradas por los emoticonos?

1 comentarios:

  1. oralee, y lo que viene!
    cuando se invente el sexo por internet, pero siendo tangible, nose, por medio de la sensorialidad, algoritmos, nose, algo debe haber.. ese dia habremos perdido ahora sii a la humanidad..

    y si we, estudiamos y todo, pero tambien vivimos :p

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