Blog List

Las mentiras, o cómo mentir y no morir en el intento

La historia de la tía mitómana de mi amigo, es una que merece ser contada.

Universitarios "demuestran amor" a EPN

Enrique Peña Nieto, fue recibido con abucheos, gritos y pancartas en contra, por los estudiantes de la universidad Iberoamericana en el Distrito Federal.

El Debate presidencial

¿Quién ganó el debate presidencial 2012?

domingo, 22 de enero de 2012

Crónica para cinéfilos

Faltan 20 minutos para las cuatro y media, y yo aquí en trusas rotas, apurado para evitar llegar tarde; la película va a empezar. Miro mi reloj, si mal no recuerdo la función es a las 4:15 p.m., pero el buen conocedor sabe que debe llegar temprano para hacer los preparativos apropiados.
     Me bajo del camión, apuro el paso. ¡Chin! Cuatro en punto, marca mi reloj. Y todavía falta la cola. No la voy a hacer.

     En fila se encuentran las típicas parejas de enamorados que prefieren llegar temprano para aprovechar mejor el día, no se les vaya a acabar; los solteros que deciden pasar las tardes en presencia del maravilloso, sorprendente y, en más de las veces, pomposo espectáculo del cine; las familias que emperifolladas asisten con sus chamacos a cualquier producción de Disney o Dreamwork; y por supuesto, los que saben que al ir temprano evitarán el barullo acostumbrado que profesan los adolescentes que asisten alrededor de las siete de la noche.

     Reviso cartelera, no me vaya a equivocar, compro el boleto y me hago de los víveres necesarios para pasar las más de dos horas sentado y enseguida me dispongo a disfrutar de la película. Se apagan las luces, y antes de ver la imagen en pantalla, escucho por las bocinas los sonidos de algún comercial de alguna megaempresa. Siguen los trailers. ¡Ah! Los trailers, maravillas de 3 minutos que dejan ver las fantasías y aventuras que pronto presentarán en pantalla, la parte más disfrutable entre el inicio de la película y el buen bocado de palomitas.
     A lo lejos se escucha un estruendoso y molesto “ea ea ea”.  Mala suerte, un grupo de estudiantes se metió a la sala, supongo acaban de salir de la prepa u alguna otra escuela por ahí. Cómo odio a los que gritan dentro del cine, a los que pasan entre las butacas a mitad de película o que llegan cuando ya se está terminando, ¿qué van a ver? ¿Los créditos finales? A los que duermen, a los que se pasan la mitad de la película murmurando contando lo que ven. Quizás tengan razón mis amigos cuando dicen que me enojo por todo.
     Pero es que las salas cinematográficas son templos de los cinéfilos, su iglesia y su religión, su fuente de placeres visuales y fantasías inconmensurables. El cine, al igual que la literatura, son artes para disfrutar en silencio, si en verdad se desean disfrutar. Al cine no se va a platicar, se va a observar; pues recordemos que no sólo asisten personas para divertirse, sino también para apreciar; no se va a comer… ¿mmm? Bueno, sólo aperitivos, pero no siempre (y menos con esta crisis).
Nuestro templo
     Han pasado dos horas y media; comienzan a aparecer los créditos finales y de pronto, la sala recupera su luminosidad. ¡Yiak! Que fiasco, que mala película, aunque tampoco es que haya mucho de donde escoger, sólo producciones Hollywoodenses, de esas en que las historias dan giros y volteretas, pero nada de trasfondo; en las que los efectos especiales por computadora hacen gala, pero sin nada de ingenio y los besos nunca saben a alquitrán cuando el héroe se juega el todo por el todo. ¡Oh Almodóvar! ¿Por qué no nos complaces con tus deliciosos dramas más seguido? Ni modo, mientras eso no suceda, tendremos que conformarnos viendo tres veces seguidas Los abrazos rotos, rentada, en la comodidad de nuestra televisión HD de 42”.     

     Salgo del cine decepcionado y pensando que he desperdiciado cuarenta y cinco pesos, más lo del camión y las chucherías, en esa mugrienta película de cuyo nombre ahora no me quiero acordar. Regreso a casa deseando que mañana encuentre algo nuevo en carteleras, pues al fin de cuentas es viernes, día de estrenos.